Adaliz Estrada
Adaliz Estrada
Alejandra Gotóo
Alejandra Gotóo
Alicia Carrasco
Alicia Carrasco
Ali Carrera
Ali Carrera
Aura García
Aura García
Brissia Yeber
Brissia Yeber
Carol Padron
Carol Padron
Cristina Romo
Cristina Romo
Viktoria F. R.
Viktoria F. R.
Nebulosa de Orión
Nebulosa de Orión
Izel Shamaní
Izel Shamaní
Silvia L. Cuesy
Silvia L. Cuesy
Verónica Garcia
Verónica Garcia
Monse Chávez
Monse Chávez
Jimena Cherry
Jimena Cherry
Katina Schlamme
Katina Schlamme
Yasmín Rojas
Yasmín Rojas
Yolanda Bardales
Yolanda Bardales
Salma Guzmán
Salma Guzmán
Samantha Lamas
Samantha Lamas
Martha Elba Cárdenas
Martha Elba Cárdenas
Mayra López
Mayra López
Leny Estefan
Leny Estefan
Yazmín Mata
Yazmín Mata
Juana Martínez
Juana Martínez
La séptima edición de la Antología de Escritoras Mexicanas es, como todos los años, un muestrario de la literatura que están escribiendo las mujeres de nuestro país, abordando una gran variedad de temas. Las 25 ganadoras representan edades, orígenes y profesiones diferentes, las cuales están hermanadas por un gran talento para escribir.
A continuación, un fragmento de cada uno de los cuentos que integran esta antología.
La hora del muerto. Adaliz Estrada.
"Instintivamente doy varios pasos hacia atrás, no creo posible lo que estoy mirando: el agua regada ha formado un charco oscuro y ligero que se dirige hacia mi estudio y no se detiene hasta llegar al librero. Allí, unos brazos largos y casi huesudos emergen con fuerza de él; las piernas tardan un poco más, pero finalmente salen. No encuentro la cabeza, no sé siquiera si tiene una. Mi curiosidad ha crecido tanto y tan rápido como la charca de agua".

Madre primeriza. Alejandra Gotóo.
"Sé que no debí haber dicho todo eso. Me sentí atrapada. Nos mudamos juntos para comenzar a jugar a la casita. El embarazo fue terrible. Me dolía todo. Me cansaba estar sentada, mis senos se hincharon y comencé a tener más pensamientos rumiantes. A los pocos meses, yo sabía que eso no iba a ir bien. Yo nunca había querido todo eso".

Carnaval. Alicia Carrasco.
"Me acerqué con cuidado. Se decían cosas horribles de ti, como que matabas por gusto. Te habían capturado una noche de tormenta luego de que un barco naufragó y tú y tus hermanas aprovecharon el botín (de carne por supuesto)".

Del otro lado del cristal. Ali Carrera.
"—¿Ustedes para cuándo? —La voz era de su primo, pero la pregunta parecía venir de aquel espacio; salía directa y sin piedad de ahí, de cada una de las cunas del otro lado del cristal".

Nora. Aura García.
"Nora tenía el don de saber cuándo alguien moriría pronto, era algo que notaba en las personas: un destello, la muerte observándola a través de los ojos de su próxima víctima".

Mora, la vampira gorda. Brissia Yeber.
"Era verdad: Mora era una vampira gorda. No estaba solo pasada por algunos kilitos, no era la edad o el clima, o que estuviera hinchada; estaba gorda, con abundantes carnes, llena de redondeces".

Una de las dos. Carol Padrón.
"¿Qué prefieres? ¿Qué dices? No, no les llames así, ya lo discutimos, no son mártires, no se inmolan de nada. ¡Eres tan cursi! No, no pagan ningún tributo. En todo caso, son colaboradores. Sí, eso: ¡Colaboradores! ¿Cuál va a ser el trofeo de esta cruzada? Piensa en algo ingenioso y creativo: extracción, amputación, esterilización, ¡tantas posibilidades! ¿Qué te parece si esta noche nos entregamos al azar?"

La bruja de tronco de árbol. Cristina Romo.
"Probé con pociones y cantos, con hechicería negra y blanca, con sacrificios y ofrendas; lo hice durante años y años sin obtener jamás nada. Llegué a perder la esperanza... ¿Cuándo me iba a imaginar que solo así, incrustada en la calma del tronco hueco de un árbol, habría de ver resultados?".

Escuchar los colores. Viktoria F. R.
"Todos los sonidos flotaban en el aire, mezclándose hasta formar un color inefable que se metía en sus tímpanos. No visitaba seguido a su madre; a veces se sentía mal al respecto, pero la pigmentación sonora que había adquirido no le gustaba. Era un negro totalmente silencioso".

María. Nebulosa de Orión.
Días más tarde, cuando la abuela no estaba escuchando, la tía Rosa se acercó a mi oído y me susurró que, en esa ocasión, María le había pedido ayuda al diablo y que este había respondido (...) Cuando el mal te tienta, no puedes ignorarlo; cuando la sangre llama, no puedes negarte".

Hay que aprender a lavar. Izel Shamaní.
"La escogieron por una razón muy simple: a María no le da asco lavar pañales. Agarra los trozos de mierda con la mano y los bota a la coladera, uno tras otro, sin pestañear, sin arcadas".

Risa letal. Jimena Cherry.
"Luego, la pesadumbre me llegó al cuello y miré al hombre a los ojos. No hay nada más complejo y delicado que dos seres que, en completo silencio, solo se conocen de vista. Ya no hay más zumbido y el aire está roto de dolor. Siento la asfixia de unas alas y la pena en los tendones de mis dedos".

El regreso. Juana Martínez.
"Regreso a la casa, apago la luz y cierro los ojos. Necesito estar a oscuras, necesito dormir. Entonces, en sueños, veo a Marina con su pelo serpenteado, con su sonrisa cortada: regresa callada, sin equipaje, y yo le digo que nos vayamos a vivir a aquella casa donde vivía antes. Ella acepta y entramos; la propiedad todavía está rodeada de jazmines y árboles frutales de donde cuelgan, en formas desiguales, manzanas, higos, granadas y ciruelos en flor".

Sororidad. Katina Schlamme.
"A su lado, en una mesa, había un plato con restos de comida que Alba no pudo identificar de inmediato: era una mezcla de verduras, insectos y carne humana. La escena era escalofriante".

Al amanecer. Leny Estefan.
"Los niños siempre juegan a cosas que ven en los adultos y los nietos de la casa grande jugaban siempre a las escondidas. «¡Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez! ¿Listos? ¡Allá voy!», se escuchaba. Estos gritos llenaban de orgullo a la abuela, quien veía cómo crecía la familia".

El mirón. Marissa Yazmín Mata Mejía.
"Yo escuchaba al mirón desde lejos cómo se quejaba y sentía su mirada que me seguía las manos, como acariciándome con los ojos desde la majada. Yo creo que me hipnotizó o me hizo algo de tanto verme, porque se me puso bien caliente allá abajo, tanto que me tuve que agarrar".

La última vela. Martha Elba Cárdenas.
"Era la última noche del año y ella estaba decidida a liberarse de todo lo que la atormentaba. Había preparado un ritual de exorcismo, siguiendo las instrucciones de un antiguo libro que encontró en una librería de segunda mano. Necesitaba cuatro velas negras, una para cada uno de los demonios que la habitaban: el de su madre, el de su padre, el de su gran amor y el suyo propio".

Todo empezó con un gato. Mayra López a.k.a Bibliofílica.
"La primera vez que mi mamá me vio jugando con el cadáver de un gato, su mirada de horror lo dijo todo. Me costó mucho trabajo convencerla de que realmente estaba intentando ayudarlo, que quería ser doctora y salvar vidas".

Nadie te recordará. Monse Chávez.
"Si ya te habían hecho un corte grande y profundo en la garganta, ¿para qué robar tu lengua? Quizá para que no pudieras lamer los pezones de las niñas, para que no pasaras tu lengua por sus partes íntimas y, mucho menos, para que nunca más pudieras convencerlas de irse contigo y luego amenazarlas con buscarlas y degollarlas si decían algo".

Soñamos mares. Salma Guzmán.
"Toda autoficción es también una coreografía, como ese instante en el que empezamos a vivir juntas con la convicción de que podríamos caminar la vida una al lado de la otra. Pero llegaron el encierro y la sequía. Llenamos la casa con espinas y con la angustia de tocarlas, y de terminar, de una vez y para siempre, con ese algo que ya no existía".

El traje. Samantha Ivana Lamas Ramírez.
"Llevó el traje a su casa y, una vez ahí, sintió una inmensa curiosidad por ver cómo luciría con él. Se cambió rápidamente: la tela le era tan ajena como lo sería la piel de lobo para un perro. Sin importar su incomodidad, prosiguió. Apenas terminó de ajustarse la corbata, fue a verse en el espejo. Era la viva imagen de su padre: cualquiera que lo viera pensaría que se trataba de una aparición".

Amadísima y atenagórica Sor Juana. Silvia L. Cuesy.
"A puro estudiar y escribir se la llevaba, carísima musa, luego de sus quehaceres. ¿Nunca deseó descansar, aunquemente fuera un ratito, junto al cuerpo de un hombre? Yo sí. No hago otra cosa: quisiera sentir esas felicidades a las que usted renunció por voluntad, y a las que yo no he renunciado pero la voluntad divina, desairadamente, no me ha mandado".

La mujer de Jabaluni. Verónica García.
"Jabaluni, sentado en su banca de madera, escucha la lluvia que parece un concierto de chapulines. Mira su sombra alejarse cada vez más de él y mira los ojos de la pequeña Marú que sigue sin moverse, sobre la ropa sucia, con la mirada perdida. El miedo se ha comido su voz. Afuera, el agua ya lo sabe; se ha tornado roja por la sangre de Ladimbé. Pero a él no le importa. Aún le falta comerse las piernas, el rostro y el pubis. Está dispuesto a devorarla por completo: solo así será suya para siempre".

Tu última noche. Yasmín Rojas Pérez.
"Acaparas la atención de todos en los pasillos del hospital, pero eso no te importa; lo que te da un poco de seguridad es tu madre a un lado tuyo. Durante las sesiones médicas, ella te canta sus canciones favoritas. Las duras batallas se tornan placenteras con sus melodías. El viento castaño de su cabello asombra tus ojos. Pronto, las dos se sorprenderán con el paisaje de Manhattan desde tu cuarto de hospital. Esa vista te dará la sensación, el esplendor de saberte viva".

Nuevo cuerpo en la morgue. Yolanda Bardales.
"En el instante en que el escalpelo se introduce en su piel, un chisguete de sangre se proyecta a toda velocidad hacia los ojos de la doctora, quien ahoga un grito de horror y desesperación. Siento cómo mis negros ojos salen de sus órbitas. Mi libreta y pluma caen al suelo y, por única vez, rompo la regla de «no tocar»."




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